Se supone que las oficinas bancarias son establecimientos al servicio de los ciudadanos donde se tramitan pagos y transacciones privadas cada día mas necesarias.
Son tan necesarios sus servicios que estos empleados, o estas empresas, se han colocado unos imaginarios galones y, salvo que seas un cliente adinerado, eres una mierda mas a la que atender, mejor dicho, exprimir.
Día 26.02, 10 de la mañana, entro en Sucursal del BBVA de Zaragoza, Avda. Madrid, 175 con la intención de abonar un pequeño recibo no domiciliado de una compañía telefónica. Se me informa que para abonar esos recibos la entidad ha establecidos unos días y horas específicos y que no pueden atenderme. Es una oficina con, al menos, 12 personas en plantilla. No hay gente y he llegado a la ventanilla sin espera alguna. Bien, ya me han jodido el día, me retiro rumiando mi malestar y como me encuentro en una calle donde abundan los establecimientos bancarios, salgo en busca de otro.
10.05 de la mañana, Avda. Madrid, 179, es decir al lado del anterior. Sucursal del no menos importante y publicitado como ideal BSCH. Es una sucursal mas pequeña, 2 cajeros y otras tres personas a la vista. No hay publico y llego sin espera a la ventanilla exponiendo mi deseo. Aquí el empleado todavía no ha adquirido el temple necesario y me espeta señalando un letrero pegado en una columna ¡¿No ha leído el aviso?! Lo leo y el mismo problema del banco anterior, tengo que presentarme en día y hora señalado por la entidad.
-Entonces, ¿No puede cobrarme el recibo?
-No. Son normas de la entidad.
-Bien. Deme una hoja de reclamaciones.
-Eso tendrá que pedírselo al directos de la Sucursal - dice displicente. Hable con aquella señora.
-¿El director?, por favor.
-No esta. Ha salido a hacer unas gestiones.
-En su ausencia, ¿Habrá un responsable?
-Sí. El subdirector.
-Quiere anunciarme, por favor.
-Ha salido a tomar un café. Tendrá que esperar.
En este momento mi sangre empieza a arder y en mi mente se van acumulando los reproches que contendrá mi filípica en cuanto me encuentre con el seudo funcionario tomador de café.
No sé el tiempo que llevaría tomando café, yo espero veinte minutos hasta su aparición.
-Sientese - dice ya avisado de mi queja - en que puedo servirle.
-Quiero rellenar una hoja de reclamaciones.
-De acuerdo - dice, y me tiende un impreso por triplicado.
Una vez rellenado con las alegaciones de queja, se lo devuelvo para su lectura y para que el rellene su parte, cosa que no hace. Dice que no puede, me sella y firma mis copias y nos despedimos fríamente. En los veinticinco minutos que he estado en la oficina, otros tres clientes han sufrido mi trato. Dos de ellos, inmigrantes. Ninguno ha protestado.
Finalmente, un poco mas arriba, en la Avda. Madrid, 205, en una oficina de la Caja de la Inmaculada me cobran el recibo sin comentario alguno.
Un trabajador en este país, tiene que pedir permiso en su trabajo para salir a hacer cualquier gestión, bancaria u oficial, ya que estos servicios solo trabajan por la mañana y con un reducido horario de atención al publico. Además, estos burócratas estresados, necesitan el café ineludiblemente, y a media mañana un pincho de tortilla, y si su jerarquía da para ello, un vermut al mediodía. Es tal su desgaste que sus empresas los jubilan con 58 años, a veces menos, y los mandan a jugar al golf. Pese a este derroche de productividad, los beneficios bancarios son antológicos y se superan trimestre a trimestre. ¿Saben a costa de qué, de quién? De una sociedad endeudada hasta las cejas, modernos esclavos del siglo XXI.
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