El sumo sacerdote parece darnos la bendición y dejarnos ir, en busca de una reserva para uno de esos restaurantes donde la cuenta nunca bajará de los 150 €. Están en su salsa, nunca mejor dicho. Hoy reinan constructores, banqueros, intermediarios, políticos y narcotraficantes. Tienen la clientela asegurada. Es una crítica demagógica, lo sé. Pero también sé, cuantos peones y albañiles, comen todos los días por 7 u 8 €, sobre manteles de papel y sin sobremesa alguna. ¿Relación? Tal vez alguna materia prima.
Las trufas, desde luego, no. Entre 7.000 u 8.000 € el kilo, dicen. Podrían comer un día 1.000 peones, o todo un pueblo en sudamerica, o incluso, una región de África. Como deben sentirse esos comensales que observan su poder mientras les rallan unas virutas sobre su risotto. Podría decirles como me siento yo, pero les supongo imaginación. Me vienen a la memoria imágenes de las cinematográficas bacanales romanas que precedieron a la caída del imperio.
La cocina es un arte, estoy de acuerdo. Es un arte que una pareja de jubilados se mantenga con una pensión de 400 € al mes. Es un arte confeccionar un menú con 3 €, esto lo hacen miles de cocinas todos los días, pero claro, esto es un arte menor, naïf y poco glamuroso, como los dibujos de nuestros niños en sus escuelas. Nuestra sociedad deberá aprender que no se puede seguir en esta linea de consumismo desaforado e inútil.
Durante estos últimos años, nuestros gurús oficiantes han mirado mucho a oriente, Japón sobre todo, por sus altos valores añadidos y sus materias primas exclusivas. Nuestras ciudades y los fascículos de los periódicos semanales se han llenado del color del pescado, del shusi y el shasimi, de las reducciones agridulces thai, de carnes exóticas y carísimas. Cabezones, como Colon, siguen navegando hacia oriente, solo por llevarle la contraria, y han descubierto un nuevo paraíso gastronómico. Se llama Perú. Pronto nuestros semanarios dominicales nos traerán bonitas fotografías de cebiche de lubina y demás. Y Vds. verán que son muy parecidas al shasimi japones.
Gaston Acurio es un cocinero peruano muy listo. Le irán conociendo próximamente, estoy seguro. Para que se hagan una idea, es como Karlos Arguiñano en este país. Un personaje mediático con buenas bases de conocimiento gastronómico. No lo asemejaría a un Adriá o un Arzak. Aparte de su carisma y simpatía personal, es una maquina de hacer dinero y siembra de franquicias la tierra que pisa. Si no han oído hablar del cebiche, vayan a un diccionario. Hay que estar a la última. Cierto es que Perú tiene una riquísima y desconocida cocina, así como una multitud de ingredientes desconocidos por nosotros, aunque les conquistáramos en la antigüedad.
Para terminar, estoy seguro que nuestros gurús oficiantes, seguirá viajando hacia oriente y descubrirán la maravillosa cocina portuguesa. Tiempo al tiempo.
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